20.7.09

¿El nacimiento de algo? Improvisación digital en la Torre


Aviso: estoy a punto de tirarme el rollo (y medio largo), pero es que no me queda otra. Me explico, existe la posibilidad de que uno participara en la primera jam-session digital de la historia (laptop improvisation) sobre un escenario. Y eso ha de documentarse alguna vez. Por ejemplo al coincidir con la reedición de dos discos relacionados con el suceso.

Veamos, corrían 1997 y un gélido mes de Octubre en la estepa prusiana. Andi Pieper, (miembro de General Magic, fundador de Mego) y un servidor esperaban ateridos ante la fachada de la estación de Halle an der Saale, uno de los antiguos centros industriales de la RDA, muy venido a menos por aquellas fechas. Noche oscura, mortecinas farolas socialistas aún no renovadas, ni una sombra a la vista y mucho menos un taxi que nos acercara al Moritzburg, un castillo del lugar y en cuya torre se celebra el Jazz am Turm. Nosotros éramos dos de los músicos invitados.

El resto era la tropa de Mego compuesta en esta ocasión y según el cartel por General Magic (Andi y Ramon Bauer), Pita, Gerhard Potuznik y yo para poner discos. Eso de que nos invitaran para llenar toda una noche de un festival de jazz nos parecía un exotismo total y nos temíamos lo peor (que empezaran pidiendo “música bonita” y acabaran cabreándose de verdad). Por ahora nuestra mayor inquietud era llegar desde la estación de ferrocarril a la torre, aunque fuera en la carroza de Drácula.

En algún momento, alguien debió notar que faltábamos y como tampoco está bien que los músicos fallezcan de frío, acudieron a recogernos y llegamos sanos y salvos a la negra torre, un tambor de piedra de dimensiones tan generosas como para acoger sin problemas un mini escenario y una platea en el primer piso. Este espacio se conectaba con un agradable bar situado entre los muros. Allí encontramos al resto y la primera sorpresa es que el bueno de Potuznik no estaba. No había podido venir por no se que historias y Ramon y Pita decidieron traerse al polaco Zbigniev Karkowski, que andaba de visita por Viena viniendo de Tokyo. Un cambio del que no se informó a los organizadores, total, ¡tampoco se iban a dar cuenta! como argumentaban alegremente los implicados.

La noche fue de un delirio previsible. El grupo Raster/Noton, Carsten, Olaf y su gente se había acercado desde Chemnitz para vernos y en realidad fueron los únicos espectadores. El resto de los asistentes, caracterizados por la barba y la bufanda, llegaban al lugar con cuentagotas, se paraban en medio de la sala, escuchaban un poco los ruidos que allí tronaban, caían en la cuenta de que eso no era lo que se viene llamando jazz, se daban la vuelta y sin expresar siquiera descontento se dirigían al bar, donde pasarían las más de tres horas del programa trasegando cervezas con los amigos. Escuchaban la música de lejos, suficiente para hacerse una idea y adquirir así un criterio más. Gente civilizada y claramente embaucada.

Por nuestra parte, las cosas siguieron una pauta ya relativamente engrasada. General Magic realizaron sus filigranas digital-analógicas, cada vez más brillantes, más ligeras y al mismo tiempo mucho más estructuradas, aunque marcadas de manera brutal por soluciones de continuidad más abruptas que la sima de las Marianas. Pita estaba en plena evolución hacia convertirse en uno de los músicos más imaginativos que pueblan la electrónica y soltó un set donde combinó desde los glitches marca de la casa hasta samples de música ligera, voces, ruidos ocasionales... Muy bien.

En ese contexto Karkovski era el senior absoluto y no defraudó con uno de los buenos sets de noise digital que haya escuchado. En aquella época Merzbow era la casi única referencia en ese modo de hacer las cosas, pero Zbigniev no andaba muy lejos. Yo me dediqué a mezclar sonidos procedentes de cuatro fuentes para finalizar dejando que las agujas de los platos llegaran al surco final y modulando tanto la velocidad como la ecualización de esos clicks.

En esas estaba, todo concentrado, cuando Pita se acercó a preguntarme algo así como “¿Pero que haces tío?”. A lo que yo conteste de lo más beatífico: “Estoy improvisando, estamos en un festival de jazz”. A ver, esto no es ningún mérito sino una ocurrencia. Todos los buenos DJ’s improvisaban, todos los buenos músicos electrónicos o digitales improvisaban. El talento de Pita fue captar la gracia, darle la vuelta y aumentarla: “Lo que tenemos que hacer ahora, como final, es una jam session”.

Dicho y hecho, tanto Pita como Karkovski habían venido con los nuevos Powerbooks de la serie 500, los primeros en incorporar sonido decente y conexión de red. Y no solo eso, sino que tenían ya instalado Super Collider, un programa de composición algorítmica y generación/modificación de sonidos publicado el año anterior por James McCartney.

Lo cierto es que se trataba de una situación nueva: la mera presencia en un festival de Jazz de la nueva electrónica, disponer de ordenadores capaces de interconectarse y tratar sonido en tiempo real y tener instalado un software que permitía utilizar a fondo esas nuevas posibilidades. Todo eso era impensable apenas tres años antes. Imagino que este tipo de confluencias suelen producirse cuando se genera algo que antes era imposible, lo raro es encontrarse en medio del fregado.

Debo anotar que mi papel fue modesto. La idea es que yo fuera pinchando cosas como fuentes de sonido original y pasarlas vía audio a Pita y Karkovski, para que ellos las manipularan mediante Super Collider en formas y maneras que las dejaban irreconocibles. No recuerdo la música con precisión pero lo que ya en aquel momento me tenía asombrado era la actitud. Era un sopapo en las fauces de quienes repetían aquello de “lo llevan todo grabado” o “no hay espontaneidad”. No solo no era así, sino que Karkovski y Pita estaba respondiendo a un material que ellos no conocían de antemano y que no habíamos pactado de ninguna forma. Aquello era mucho más jazz que tantas rutinarias rondas de “improvisaciones” que podían y aun pueden escuchar a grupos de “jazz”.

Poco más tarde Pita, Fennesz y Jim O’Rourke editaron dos discos de pura improvisación digital, The Magic of Fenn O’Berg y The Return de los que escribiré uno de estos días.

Ruego al lector que perdone este exceso de personalismo. Lo que trato de reflejar no es mi
batalla, sino el espíritu de juego inteligente que se producía en este y otros círculos en una época de intensa innovación tecnológica y conceptual. Resulta que bastantes de esos juegos trascendieron y algunos de aquellos actores son hoy respetados y conocidos. Por ello, he pensando que era de ley colgar en la nube algo que no tantos pueden contar. Gracias por la atención.

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