23.6.09

Más allá de la propiedad

El futuro ya está aquí. Quien más quien menos sabía que esto de intercambiar archivos de canciones era solo un paso intermedio hacia “the real thing”, la posibilidad de escuchar cualquier música en cualquier momento y en cualquier lugar. Y esto se llama Spotify, según algunos la mayor revolución cultural-comunicativa desde la invención de la World Wide Web (Internet para todos). Hoy por hoy, apenas tres meses desde su puesta a disposición general, Spotify somos más de un millón de personas. No está mal.

Spotify es un programa/servicio cuya vocación es contener toda la música editada en el mundo. En cierta forma funciona como Youtube, mediante streaming sobre una enorme base de datos, solo que en un sistema cerrado. No hay nada que bajar ni almacenar, la búsqueda es instantánea y la música suena bien. Aparte de eso, es posible hacer listas de canciones favoritas de forma sencilla y ofrece cierta información sobre grupos, discos y artistas relacionados.

Por otro lado, Spotify es legal, tiene acuerdos con las compañías de discos y se financia, bien mediante publicidad como en la radio, bien mediante un abono de 10€ al mes, que elimina los anuncios y ofrece algunas otras posibilidades.

Por el momento, el catálogo de Spotify (aún oficialmente en fase beta) se encuentra lejos de abarcarlo todo. Mientras sellos multinacionales como Sony, o minoritarios como Mego se han decidido a entrar, otros como EMI o Warp siguen ausentes. Pero, que no quepa duda, los borregos díscolos entrarán al redil.

Las consecuencias son revolucionarias y alcanzarán en poco tiempo al cine/video. La principal de ellas es abolir la necesidad de poseer un objeto (disco, casete, CD, stick…) para escuchar la música que uno quiere. Y ya que estamos en la era Web 2.0, señalar que, al poder hacer listas de reproducción y después compartirlas, cada usuario puede convertirse en un programador.

Con todo, lo importante no es Spotify en sí, que tiene competidores como Deezer.com o Simplify Media. Lo trascendente es un modelo de negocio que deja fuera la música como “propiedad”, un invento tan reciente en la historia como la aparición del fonógrafo, a finales del XIX. Los servicios de abono, tan normales en la TV de cable, se impondrán en la música. ¿Los objetos/discos? Se seguirán comprando, pero ya no por poseer la música, sino más bien por el diseño de su cubierta, por ofrecer tecnologías como surround… Mientras, aún nos dan la tabarra sobre “descargas ilegales” o amenazan con cortes de Internet para los “ladrones”. ¡Señor! ¡Que antiguos y reaccionarios son!

4 comments:

fromthedrain said...

No me gusta Spotify... falta musica, no me fio de la info de albumes y artistas, hay publi... quizás es que soy demasiado fetichista del disco-objeto y esto me da una sensacion de falta de control tremenda. Pero sí, deacuerdo con lo que dices de los nuevos modelos.

J.M. Costa said...

Bueno, no me extraña lo del fetichismo del objeto, yo tengo todos los Raster Noton que puedo. El problema es que la mayor parte de los CD's (y antes los elepés, a que engañarse) tienen un diseño lamentable. Y la verdad, que algo feo ocupe sitio siempre me ha rebelado.

the cosmogonic escrotolitum said...

suena muy bien la eliminación del soporte (todos somos fetichistas, todos tenemos derecho a ese infantilismo paramusical, pero reconozcamos que no es Lo Esencial); más bonito sería que no se mediase la relación comercial de siempre (pero vamos, tampoco nos la cojamos con papel de fumar, que lo que está pasando hoy con la noosfera musical post-www ni lo soñábamos hace 10 añitos...)
A la industria le costará abandonar la idea de vendernos objetos "físicos", pero sin duda van a eso de cabeza, y obligados, les guste o no).
El consumidor por su parte, llegará a concebir que es más seguro el almacemaje en un servidor mayor, que en su estantería)
Es sólo custión de tiempo, coincido

J.M. Costa said...

Dentro de poco hablaré de un objeto discográfico con sentido.