
La ocasión podía haber resultado de un cultureta subido, pero nada de eso. El público se componía de jubilados de la ciudad, inmigrantes que iban desde lo árabe hasta lo hindú, parte de los modernos de Móstoles y un pequeño contingente de militantes de lo alternativo llegados desde la capital. Mejor imposible, la verdad. Sobre todo porque ningún grupo podía imponer un humor determinado en el evento, de manera que todos se atuvieron a recibir la música de forma todo lo espontánea que resulta posible en estos días de espectacularización total y bla bla bla. La espontaneidad derivaba de la música y daba en el bailoteo.
Sobre todo en el caso de Omar Souleyman, vocalista de fiestas y bodas en su tierra natal acompañado por un laúd, un teclista que hacía todo lo demás y un poeta que, en principio, debe irle susurrando nuevos versos al cantante. Hombre, la música festera árabe es bastante conocida y quien más quien menos ha tenido noticia de ella, pero Omar es diferente. Para empezar, las bases rítmicas que sonaron en Móstoles no eran otra cosa que tecno puro y duro, la mayor parte de las veces un 4/4 y a correr. Aparte de eso, y exceptuando el laúd (baglama saz, para ser mas precisos), toda la panoplia de instrumentos usada en el dabke (Tabel, Kanun, Derbabke, Daff, Cistros, Gnawas, Cítaras, Zurna, Buzak, Nay…) salían de las teclas con un parsimonioso virtuosismo que dejaba la boca abierta. El mismo Omar es más un MC que un cantante propiamente dicho, su voz no es nada del otro mundo y, sin embargo logra mantener un flow que para si lo quisieran la mayor parte de nuestros hip-hoppers. Resumiento: bastante brutal y con buena parte del mezclado público dando botes y quien no podía por la cosa de artrosis, dando palmas encantados.

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