2.1.05

Fennesz

Venice

Hay algo que se a veces se añora en la música experimental: Espíritu. Los experimentalistas tienden a quedar fascinados por el propio proceso y si bien al principio la “forma” en que se hacen las cosas puede resultar excitante de puro nueva, al cabo de poco tiempo se ve reducida a lo que es: una técnica más.

Pero de la misma manera que en el rígido dodecafonismo de la escuela de Viena podía florecer la sensibilidad de Anton Webern, en esto de la electrónica siempre podemos echar mano de otro austriaco, Christian Fennesz.

En toda su carrera Fennesz solo ha grabado cuatro CD’s bajo su nombre, lentitud que contrasta con las prisas que permite e incluso fomenta el uso de la informática. Ahora, tres años despues de Endless Summer, llega Venice.

El tractivo de Fennesz no radica, como en el caso de FourTet, en una recreación algo diluida y digerible de los principios de un estilo. Aquí no hay demasiado juego. Este es un asunto serio que puede resultar tan luminoso como una pieza de Bach, pero no es menos sólido y “compuesto”.

De hecho, la música de Fennesz surge como electrónica porque ese es el instrumento elegido, pero muchas de estas piezas podrían ser interpretadas por una orquesta acústica convencional con un par de efectos no demasiado extremos.

Algo así como lo que hicieron los berlineses Zeitkratzer con la música de Terre Thaemlitz.

Once de las once piezas son oleadas de sonido que se van estructurando según leyes internas y contienen desde protomelodías decididamente románticas hasta drones de ultratumba.

El disco se escucha sin que haga falta forzar la atención, esta sigue alegremente los mil y un recovecos por los que conduce Fennesz y al final de cada pieza queda como en suspenso esperando la siguiente.

No hay beats aparentes, pero como siempre en el trabajo de este antiguo guitarrista, existe una componente rítmica que resulta aún más clara en directo. Este es otro aspecto simpático: tanta gente en busca del ritmo perfecto y aquí hay uno que crea ritmos sin tambores, sin acentos, utilizando solo las intersecciones e interacciones entre los sonidos.

La duodécima pieza es una canción con la voz de David Sylvian. Es de lo mejor que el ex-cantante de Japan ha hecho en solitario y en otra era podría haber sido un sencillo de éxito. Hoy, claro, el horno no está para estas exquisiteces.

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