7.8.09

Annie Leibowitz, Foto-terapia de una artista melancólica



Esta no es una exposición sobre la fotógrafa Annie Leibovitz, sino algo de matiz muy diferente: una exposición sobre Annie Leibovitz, una mujer americana de 59 años y sobre sus afectos. Por ello, debe advertirse, aquí solo hay unas pocas de sus fotografías para revistas como Rolling Stone, Vanity Fair o Vogue, trabajos que la han hecho algo más que famosa, en el mundo de la fotografía, del arte y de la celebridad en general. De hecho, no hay nada anterior a 1988 (excepto alguna foto familiar), es decir toda su etapa, también la personal, en Rolling Stone, nada menos.

Lo anterior trae consigo una cierta desilusión, al fin y al cabo, quien más, quien menos, espera y desea contemplar en gran formato esos hitos de la iconografía contemporánea que han convertido a Leibovitz en un tesoro viviente. La pregunta, por tanto, es si lo que se ofrece a cambio puede superar esa expectativa no cumplida.


La oferta es una terapia personal de la protagonista. No es una opinión, sino manifestaciones bien explicitas de la misma Leibovitz, que trata de superar con ella la perdida de Susan Sontag, su amor desde 1988 y fallecida hace ahora algo más de cuatro años. Se trata, también, de un monumento a esa época de su vida.

Lo que ha hecho Leibovitz con esta exposición y con el libro-catálogo correspondiente es reunir todo tipo de testimonios fotográficos, los menos de ellos profesionales, la mayoría calificables como instantáneas de momentos personales, no muy diferentes de las que a diario hacen millones de personas en playas o habitaciones de hotel.

Resulta inútil buscar un hilo conductor aparte de personajes recurrentes como la familia paterna de la fotógrafa o la misma Susan Sontag desde que se conocieron (realizando un reportaje) hasta su entierro. Por lo demás vemos a amigos, conocidos, paisajes difuminados de gran formato, testimonios de guerra (los Balcanes, sobre todo), estudios de deportistas entre Rodchenko y Leni Riefenstahl, un poco de política (los Clinton), algo del 11 de septiembre del 2001 en NY, alguna arquitectura, algunos famosos que le deben caer bien o cuyas fotos le traen recuerdos especiales más allá de su calidad o incluso su trascendencia mediática.

Un enfoque de este tipo resulta casi necesariamente confuso porque el hilo conductor mencionado se encuentra en la psique de la autora. Pero la confusión introspectiva no debiera ser problema después del Ulises de Joyce o de según que vanguardias cinematográficas (pensemos en Fresas Salvajes de Bergman). La mayor diferencia aquí es que la introspección no es la de un personaje ficticio, sino de la propia artista.

De esta forma, el valor de la muestra reside en lo interesante de los últimos 20 años en la vida de Annie Leibovitz y en el ojo con los que los ha ido captando. En cuanto a lo primero, Leibovitz juega con ventaja, sabemos que es famosa, una gran figura y por lo tanto tendemos a conceder a su cotidianeidad un valor casi esotérico. Respecto al ojo, resulta muy evidente que hasta en sus fotos más familiares quien esta detrás de la cámara sabe lo que se hace. Y que prevalece una mirada fría, por mucho que la intención fuera afectuosa, incluso divertida. Es posible que esa impresión venga del predominio absoluto del blanco y negro, pero no hay muchas fotos conmovedoras por si mismas (aunque la de el arquitecto Philip Johnson en un entorno totalmente Mies van der Rohe, su maestro y dios, es muy capaz de transmitir algo así como melancolía).

Lo formal juega en esta exposición un papel secundario, aunque sin duda resulte de un gran interés académico comprobar como y que retrata una fotógrafa famosa en sus horas libres. Pero ese no es el tema, esto es un diario personal, ahora abierto al público y transformado en propuesta artística. Triunfará si logra una empatía por parte de visitante, fallará lamentablemente si no se produce una conexión. Son los peligros de exponer lo que no se creó para ser expuesto.

(Publicado originalmente en Artecontexto)

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